El cristiano y el mafioso
Pedro Domínguez Brito
Le llamaban el padre Pino. Su nombre era Giuseppe Puglisi, presbítero italiano. Recibió un tiro en la nuca el 15 de septiembre de 1993, justo cuando cumplía 56 años. El autor fue un sicario contratado por la “Cosa Nostra” de su país, quien confesó que lo hizo por odio a la fe del sacerdote. Cuando su verdugo llegaba, le dijo con una sonrisa que irradiaba luz. “Lo esperaba”.
Recordemos que fue proclamado beato el 25 de mayo 2013 por el papa Francisco, siendo el primer mártir de la Iglesia Católica eliminado por la mafia.
Hace días, en Sicilia, el papa Francisco rindió un homenaje al padre Pino y lo que expresó me hizo reflexionar. “Los mafiosos no pueden vivir como cristianos”, sentenció Su Santidad. Luego afirmó: “No se puede creer en Dios y ser mafioso, quien es mafioso no vive como cristiano, porque blasfema con la vida el nombre de Dios… así que le digo a los mafiosos: cambiad, dejad de pensar solo en vosotros y en vuestro dinero, convertíos al verdadero Dios de Jesucristo. De otro modo vuestra propia vida estará perdida y será la peor de las derrotas”.
Y aquí el término “mafia” tiene un sentido amplio, que implica además de matar, tomar lo que no te pertenece, la violencia de todo tipo, el chantaje, el irrespeto a las normas, la complicidad en la perversidad o el maltrato al prójimo.
Ser cristiano no significa ser santo, perfecto o impoluto, porque el ser humano comete errores que siempre debe tratar de enmendar; pero, por ejemplo, no son cristianos el político que roba, el estudiante que hace trampas, el empresario que abusa de sus trabajadores, el que engaña y miente, el que no valora su entorno, el juez corrupto, el legislador que vende leyes y el que no le sirve a los demás.
Nadie con esas características puede ufanarse de ser cristiano, aunque asista a misa con frecuencia, participe incluso en grupos religiosos o tenga en su oficina o casa la más hermosa imagen de la Virgen de la Altagracia o un lujoso crucifijo. El cristianismo se practica en los hechos, no por moda, tradición o conveniencia.
El padre Pino murió por enfrentar a la mafia, sacrificó su vida. ¿Qué nosotros hacemos para combatir la mafia que observamos en la cotidianidad y la que tanto daño le hace a nuestra sociedad? ¿Podemos responder afirmativamente esa pregunta?