Monchi y la salud de los políticos
Pedro Domínguez Brito
Hace días, en Santiago, murió Ramón -Monchi- Rodríguez, alto dirigente del PLD. Sufrió un infarto fulminante. El pueblo lloró su partida. La gente lo quería y admiraba. Era dinámico, solidario y trabajador incansable; pero parece que su intensa actividad política le pasó factura.
Recuerdo que a raíz de la muerte de Néstor Kirchner en Argentina, tomó vigencia el libro “Enfermos de poder”, del periodista y médico Nelson Castro. Esto así, porque desde el año 1983, cuando esa nación volvió a la libertad, tres de sus presidentes sufrieron episodios cerebro-vasculares que pusieron en peligro sus vidas: Carlos Menem, Fernando De la Rúa y el propio Kirchner, quien no resistió la mala jugada de su corazón.
En nuestro país, en la etapa democrática iniciada en el año 1978, cuatro líderes se fueron a destiempo, pues no superaron el cáncer: José Francisco Peña Gómez, Jacobo Majluta, Jacinto Peynado y Hatuey De Camps. La política aceleró sus afecciones. Y para nadie es un secreto que les pidieron que “bajaran la guardia”, que lo tomaran “más suave”, que descansaran y no hicieron caso. Eran, en el buen sentido, tercos como mulas.
Todos tenían los mejores galenos y centros médicos a su disposición. Contaban con especialistas en alimentación. Podían hacer ejercicios sin problemas, con excelentes entrenadores en la materia. Pero, por más esfuerzo que realizaran y por más que se cuidaran, la adicción a la política los vencía y el estrés, inoperable hermano siamés de la política, se adueñaba inmisericorde de sus cuerpos y mentes.
En el accionar político la ansiedad es común, especialmente en naciones como la nuestra donde la política es una cruda realidad de poder y se deben vencer decenas de obstáculos, sobre todo si se pretende actuar correctamente, sin negar que entre los inescrupulosos también el sosiego se derrumba, pues no hay nada más tormentoso para el alma y dañino para los órganos que no cumplir el deber.
La política, además, suele alterar la paz y perturbar el pensamiento, tanto a laboriosos, honestos y con vocación de servicio, como a vagos, charlatanes y supremos egoístas. En ese ámbito las conciencias no reposan. A nuestros políticos les salen canas en un santiamén. Les nacen herpes por la tensión. Sus casas y oficinas son centros de batallas, de pedideras desde el amanecer. La palabra “privacidad” no está en sus diccionarios.
Este artículo también lo asumo, pues me encanta la política y porque en el concurrido y sentido velatorio de Monchi escuché a varios decir: “Debo cuidar más mi salud”. Y el siguiente consejo sobrepasa el ámbito político: “Asumamos con mayor tranquilidad nuestra cotidianidad, valoremos la calma y amémonos un poco más”.